FRANCISCUS

 


El Papa de la sencillez, sacerdote de sólida formación Jesuita, hincha del fútbol y de San Lorenzo,  cura que ejerció su ministerio en medio de la dictadura, amante apasionado del tango, Provincial de su orden en la Argentina, sufrió el dolor del destierro, llamó la atención de sus superiores por su espiritualidad y por estos dones fue nombrado Obispo de Buenos Aires,  cabeza de la iglesia en el sur del continente en época convulsa, Cardenal que llevó un aire fresco al denso y pesado colegio cardenalicio; una vez elegido Papa, regresó a pagar el hotelito sencillo que lo había acogido. Tuvo la osadía de reconocerse en Francisco de Asís, en su humildad y anhelos de in permanencia, se sumergió en actitudes de oración, casi de ataraxia, así como de determinación de cambios, en la enorme dificultad de estar al interior de la Curia Romana y trascender la burocracia del poder. Su ministerio se guio en 4 encíclicas: “Lumen Fidei, Luz de la Fe; “Laudato Si”, Sobre el cuidado de la casa común; “Fratelli Tutti”, Sobre la fraternidad y la amistad social; “Dilexit Nos”, Sobre el amor humano y divino. Su tiempo estuvo marcado por las guerras y conflictos, las grandes migraciones humanas, los desarrollos tecnológicos sorprendentes, la deshumanización frente a las máquinas, el incremento de la pobreza, las presiones de cambios, la distancia de la iglesia de la gente común, la necesidad de abrir espacios para las mujeres, el colapso de la familia, el cambio del clima y la vulnerabilidad. Jamás en todos sus años como Sumo Pontífice se olvidó un solo día de cebar mate. Conocí a Francisco, en una reunión en el año 2015, acompañado de 4 mujeres, responsables todos de los ornamentos que el Papa vistió en Ecuador, tejedoras, costureras, bordadoras; 4 artesanas, mujeres gigantescas cada una de ellas. Habló a los convocados con gran lucidez mental, se bajó del púlpito, caminó calmadamente, rompió el protocolo y vino donde nosotros, tenía algo poco común, era un hombre con luz, poseía una condición que le brotaba desde su interior, sin poses, un hombre auténtico. Sus ojos limpios, una sonrisa a flor de piel, un corazón latiendo, nos tocó con manos suaves y simplemente se paró frente a frente a mirarnos profundamente en la chispa inmensa de un instante, en total silencio, de pronto dijo “no se olviden de rezar por mi” dio media vuelta y simplemente se fue.  Ha muerto Francisco, de vejez, hasta el final emanó una condición esencial, se ha ido ligero de equipaje, no lleva, ni cruz, ni templo, ni anillo dorado, ni Biblia, ni credo, ha tenido una buena muerte en su cama, rodeado de personas cercanas, en paz, se ha ido de este mundo sin nada, ha dejado un cuerpo envejecido y una cuenta de ahorros a nombre de Jorge Mario Bergoglio con $ 99 dólares.

 

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